Durante sus primeros meses en el cargo, el Presidente de México ha demostrado ser un tomador de riesgos. Ha forzado a una de las más ‘intocables’ figuras políticas de México –el líder del sindicato de maestros– a renunciar y tiene a otro –el líder del sindicato petrolero– bajo arresto.
La razón más importante para llevar a cabo estas acciones es hacer frente a los focos de resistencia dentro del sistema. En especial de aquellos sindicatos cuyos jefes constituyen un impedimento a la implementación de importantes reformas para el país.
Llevando a cabo estas acciones, los líderes del Partido Revolucionario Institucional, y en especial el Presidente, buscan tanto mostrar a los mexicanos que un gobierno príista constituye una alternativa viable para el país, como dejar en claro que los líderes del partido no están dispuestos a compartir el poder.
Fue así que Wayne A. Cornelius, Profesor Emérito de Ciencia Política de la Universidad de California, San Diego, describió en 1990 la situación política por la que atravesaba México. Sin embargo, sin referencias explícitas a los nombres del Presidente o líderes sindicales en cuestión sería fácil pensar que Cornelius está describiendo, no la situación política de México en los noventas, sino la actualidad de nuestro país.
En pasados días, Elba Esther Gordillo, la lideresa del sindicato más grande de México y América Latina, fue aprehendida por cargos de delincuencia organizada y operaciones con recursos de procedencia ilícita. Dichos recursos, que superan los 2 mil 600 millones de pesos, habrían sido desviados de las cuentas del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), para su uso, entre otras cosas, en la compra de numerosos inmuebles en México y Estados Unidos, que superan el valor de ocho millones de dólares cada uno, a favor de Gordillo y sus allegados.
De manera similar, los analistas políticos mencionan cada día más el nombre de Carlos Romero Deschamps, líder del sindicato de Petróleos Mexicanos (PEMEX), otra figura que a todas luces ha desviado dinero del sindicato así como público para beneficio propio y de sus hijos, quienes se dan viajes por el mundo en aviones privados y compran automóviles de lujo con cargo al erario público.
Sin embargo, más de veinte años después, es probable que estos golpes a las corruptas cúpulas sindícales tengan las mismas intenciones que las que tuvieron las acciones en los años noventa: mostrar a los mexicanos que un gobierno príista constituye una alternativa viable para el país y dejar en claro que los líderes del partido no están dispuestos a compartir el poder.
El análisis de Cornelius sobre las intenciones reales del Presidente y el Partido detrás de las acciones contra los sindicatos fueron ciertas entonces, y lo siguen siendo ahora. No se trata de combatir a los corruptos líderes sindícales que abusaron de sus cargos, sino de hacer a un lado a quien sea un impedimento para implementar las reformas destinadas a la liberalización económica, y de paso, consolidar y concentrar el poder político en las manos del Presidente de la República. La liberalización económica es extraordinariamente rápida, pero el cambio político se mueve a paso de tortuga, concluía Cornelius.
Por tanto, en su opinión, lo que México necesitaba en los noventa era un shot de glasnost. Es decir, adoptar una estrategia de apertura política y transparencia gubernamental que acompañara las reformas económicas –la perestroika. Y es que, citando a Lorenzo Meyer, México parecía haber implementado una “perestroika sin glasnost”. En otras palabras, México se estaba modernizando en términos económicos, pero no en términos políticos.
Sus recomendaciones son tan vigentes hoy como lo eran en los años noventa.
Cornelius, un doble shot de glasnost, por favor.
Sus recomendaciones son tan vigentes hoy como lo eran en los años noventa.
Cornelius, un doble shot de glasnost, por favor.